Los avances en el ámbito de la salud y el incremento de la esperanza de vida han permitido un aumento de la población de más de 65 años. Así, la presencia de las personas mayores en la sociedad se ha convertido en una nueva realidad. Un hecho que no afecta únicamente a las estadísticas de población sino que implica un importante cambio desde el punto de vista sociológico: las personas mayores tienen una participación activa en la sociedad moderna.

El rol de las personas mayores en la sociedad

El concepto de vejez ha ido evolucionando con el paso del tiempo, afectado por los cambios sociales y económicos así como por los avances en medicina o la mejora en la calidad de vida. Es además un concepto con un claro componente cultural: mientras que en muchas sociedades la figura del adulto mayor ha sido siempre venerada, en otros casos el envejecimiento ha sido utilizado como justificación para el abandono y la marginación.

¿En qué momento nos encontramos? Aún queda mucho camino por andar en el reconocimiento del rol que desempeñan las personas mayores en la sociedad, pero estamos en ese tránsito hacia el cambio. Esto implica que, cada vez con mayor frecuencia y naturalidad, los adultos mayores se embarcan en retos y desafíos que hasta hace unas décadas nos hubieran parecido impensables.

Las personas mayores en la sociedad: mitos y realidad

El proceso de envejecimiento tiene una importante carga simbólica en todas las culturas, algo que en muchos casos conduce al subjetivismo con el que se aborda el papel social de las personas mayores. Pero frente a la negativa imagen estereotipada del adulto mayor (personas improductivas, enfermas, de mentalidad tradicional…) los hechos nos hablan de otra realidad:

La ancianidad es una etapa más de la vida, no un punto final. Además, se trata de un proceso individualizado y variable que cada persona experimenta de una manera.

No implica la pérdida de interés o de ilusión. De hecho, se dispone de más tiempo para dedicarlo a la consecución de nuevas metas y propósitos.

Como a cualquier otra edad, existen limitaciones en la misma medida en la que existen alternativas para hacerles frente.

La vejez no es sinónimo de mentalidad tradicional. También los adultos mayores se mantienen en constante evolución, cambian y se adaptan a los nuevos tiempos.

La enfermedad, la pérdida de memoria o la improductividad son circunstancias que pueden darse en cualquier momento de la vida, no solo en la edad adulta.

¿Qué implica el envejecimiento activo?

Envejecer de forma activa y saludable no debe ser el objetivo individual de nuestros mayores sino una de las metas prioritarias del conjunto de la sociedad. La iniciativa personal de los adultos mayores ha de estar respaldada por una estrategia conjunta que permita su integración real en la vida y el desarrollo de una comunidad.

Para ello se pueden poner en marcha diversas estrategias de promoción de la participación de personas mayores en la sociedad.

Redes asociativas o de voluntariado: el tiempo libre que brinda la jubilación resulta perfecto para la puesta en marcha de proyectos comunitarios que promuevan valores como la justicia, la igualdad de oportunidades o los cambios en las políticas medioambientales. Los actuales movimientos asociativos y de voluntariado se caracterizan por su heterogeneidad, tanto en contenidos como en lo que a la edad de participación se refiere. Son además una estupenda herramienta para el intercambio intergeneracional de ideas y una forma de ofrecer algo positivo a la comunidad.

Participación política: hasta el momento, en España la participación política de personas mayores de 65 años es bastante limitada, aunque ya empieza a observarse un ligero cambio de tendencia. En este ámbito todavía hay que superar numerosos clichés que asocian la vejez a una mentalidad más tradicional y reforzar el valor de la experiencia que las personas mayores pueden aportar al cambio. Desde la perspectiva del adulto mayor, la participación en política supone el reconocimiento público de todo lo que aún tiene que aportar como ciudadano.

Formación continuada: no hay límite de edad para dejar de aprender. Los adultos mayores no solo tienen derecho a la educación permanente sino que además esta resulta una vía de gran utilidad para reforzar su papel en la sociedad, para adaptarse el cambio y para no perder su autonomía. Una persona mayor que decide continuar con su formación académica o profesional tiene más posibilidades de integrarse en una sociedad que está en constante evolución. Es importante que las instituciones públicas amplíen su oferta de actividades formativas a nivel local y autonómico para que las personas de edad avanzada tengan fácil acceso a estos recursos.

Turismo, ocio y tiempo libre: una de las claves para evitar la marginación y la exclusión está en que el adulto mayor se mantenga en activo. La pertenencia a clubes culturales, peñas deportivas o grupos de viaje evitan el aislamiento (impuesto o autoimpuesto), mejoran la autoestima, promueven las relaciones sociales y el intercambio de experiencias y favorecen al envejecimiento saludable. Este tipo de actividades ofrece una perspectiva muy positiva de la vejez, entendida como una oportunidad para disfrutar de la vida con mucha más libertad y muchas menos preocupaciones.

El envejecimiento no justifica ni el aislamiento ni la exclusión. El papel de las personas mayores en la sociedad es fundamental para la toma de decisiones, la resolución de conflictos, el impulso de la economía o el desarrollo cultural.

Sin embargo, la edad como grado de experiencia y conocimiento es un factor que a menudo se desaprovecha, se desplaza o se margina. Por este motivo, es imprescindible que tanto desde el núcleo familiar como desde los organismos públicos se promueva un cambio en el ámbito de acción: los adultos mayores tienen el derecho a opinar, a participar y a contribuir y deben gozar de autoestima. Ellos son el conocimiento y la experiencia que permiten afianzar los cimientos de nuestra sociedad.

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